En el vertiginoso y competitivo mundo empresarial actual, destacar y mantener una ventaja puede parecer titánico. Sin embargo, existe una estrategia que fortalece la cultura organizacional, impulsa el compromiso interno, mejora la fidelización y eleva la motivación de los empleados: la Dirección por Valores (DPV). Esta filosofía de gestión es un enfoque transformador que revoluciona cómo una empresa opera y se percibe tanto interna como externamente.
Imagina una empresa donde cada miembro del equipo se siente parte de algo más grande, con valores personales alineados con los corporativos, y donde cada decisión y acción está guiada por principios compartidos. Esta visión, alcanzable a través de la DPV, comienza con un proceso fundamental: la co-creación de valores. A diferencia de los enfoques tradicionales, la auténtica DPV involucra a todos los empleados en la definición de los valores organizacionales, asegurando que reflejen sus verdaderas creencias y aspiraciones, y generando un profundo sentido de propiedad y responsabilidad.
Cuando los empleados ven sus propias convicciones reflejadas en los valores de la empresa, se sienten más conectados y comprometidos. Este sentido de pertenencia fomenta un ambiente de trabajo positivo donde la colaboración y el respeto mutuo son la norma. Según Bain & Company en colaboración con Economist Intelligence Unit (Great Companies Obsess Over Productivity Not Efficiency-2017), un empleado inspirado es un 125% más productivo que uno simplemente satisfecho, destacando la importancia de una cultura basada en valores. Este nivel de inspiración y compromiso no solo mejora la productividad, sino que también impulsa la innovación y creatividad, elementos cruciales para el éxito a largo plazo.
Una empresa que opera con valores sólidos y compartidos construye una reputación robusta y confiable. Los clientes, socios y otros stakeholders son atraídos por organizaciones que demuestran integridad, responsabilidad y respeto. Esta reputación positiva facilita la retención y atracción de talento, abre nuevas oportunidades de mercado y puede incluso atraer inversiones. Simon Sinek lo resume perfectamente: «Los clientes no compran lo que haces, compran por qué lo haces.» Este principio refuerza la necesidad de una cultura organizacional sólida, ya que la DPV proporciona un marco ético y moral que guía todas las acciones y decisiones dentro de la empresa. Cuando la cultura de una organización está bien alineada con sus valores, cada miembro del equipo sabe qué se espera de él y cómo puede contribuir al éxito común.
Implementar la DPV implica superar desafíos, requiriendo un compromiso genuino del liderazgo. Los líderes deben ser los primeros en demostrar estos valores, creando un ejemplo que inspire a otros a seguir. Esta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es esencial para ganar y mantener la confianza de los empleados.
La clave del éxito radica en crear un entorno donde los valores no solo se enseñan, sino que se viven diariamente. Esto incluye reconocer y celebrar los comportamientos que reflejan los valores de la organización, involucrando a todos los niveles en su definición y vivencia, y creando un entorno donde cada miembro del equipo se sienta valorado y comprometido con el éxito común. La retroalimentación continua y el reconocimiento no solo refuerzan los valores, sino que también motivan a los empleados a mantener estos estándares elevados.
Este modelo permite construir un futuro sólido y sostenible, donde el éxito económico y los valores éticos se refuerzan mutuamente. Al co-crear valores con los empleados y asegurarse de que se reflejen en cada aspecto de la operación diaria, las organizaciones pueden cultivar una cultura de integridad, respeto y compromiso. Este enfoque no solo fortalece la cohesión y unidad, sino que también posiciona a la empresa como un líder confiable y respetado en su industria.
Un estudio publicado en Harvard Business Review (Proof That Positive Work Cultures Are More Productive, 2015) destacó que las empresas que integran valores éticos en su cultura organizacional ven un incremento significativo en la lealtad de sus empleados y en la satisfacción del cliente. Estas empresas no solo son más productivas, sino que también tienen un mejor desempeño financiero a largo plazo.
Como dijo Kaoru Ishikawa, teórico de la gestión de empresas y pionero del control de calidad y mejora continua, «Ninguna empresa puede ser ni mejor ni peor que las personas que la integran.» Esto debe ser una máxima en una empresa con valores arraigados, donde los procesos de selección, evaluación y desarrollo estén orientados a contar con personas afines a los valores marcados, multiplicando sus efectos y asegurando la cohesión emocional.
Y en Atisa creímos en ello como ejemplo y así pusimos foco en este concepto. Desde 2016, nuestros valores, aquellos que creamos a través de varios procesos en los que se rescataron los fuertes valores fundacionales, se reflejan en cada toma de decisión, en el Comité de Dirección, en nuestro imagotipo y en cómo se han configurado nuestras oficinas. Esto nos ha dado resultados como una menor rotación que el sector, llevar 5 años consecutivos como Great Place to Work, y haber triplicado nuestra facturación y casi el número de personas que forman parte de la empresa desde entonces hasta hoy.
En conclusión, la Dirección por Valores es una estrategia transformadora que forja una cultura empresarial sólida. Aunque conlleva desafíos y requiere un compromiso significativo y consecuente, sus beneficios son exponenciales. Al centrarse en valores compartidos y co-creados, se potencia la fidelización y motivación, maximizando el rendimiento operativo y generando resultados económicos positivos. Una empresa que vive sus valores no solo genera resultados, sino que crea un valor incalculable que trasciende el tiempo.