Los últimos acontecimientos mundiales que hemos vivido han hecho que las siglas ESG (ASG en su versión española) tomen un papel muy relevante para las compañías y los inversores. La pandemia del Covid-19, la guerra de Ucrania y la crisis energética y de suministros están generando que los citados factores afecten directamente al modelo de negocio actual de las entidades globales.
Pero ¿qué son los factores ESG? El primero de ellos, la “E”, engloba el efecto que la actividad de las compañías tiene en la naturaleza. Las organizaciones no solo deben mitigar los posibles efectos negativos de su actividad, sino que también se les reclama emprender acciones que generen un impacto positivo directo.
El factor que alude la “S”, analiza las relaciones que las compañías tienen con las comunidades donde la empresa tiene presencia. En concreto, se evalúa si desde la gestión de sus recursos humanos se está promoviendo la igualdad y diversidad entre las plantillas, y se garantiza un espacio saludable, tanto para el capital humano de aquélla, como para la comunidad local en general.
El último de los factores, la “G”, engloba todos los temas relacionados con el gobierno corporativo de la empresa, su propósito, su cultura, sus procesos de producción y su gestión. Así, enmarcadas dentro de este factor se llevan a cabo, entre otras, actuaciones vinculadas a la composición y diversidad del consejo de administración, la elaboración de un código ético y guía de buenas prácticas o facilitar información fiscal transparente en sus cuentas y en toda la información pública.
Dichos factores se encuentran, además, estrechamente vinculados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 del Pacto de las Naciones Unidas, que inciden sobre cuestiones más específicas, como el clima, la igualdad, el trabajo, la salud, la innovación, el consumo, etc.
Todo ello ha generado un marco en el que muchas empresas se preguntan cómo moverse, cómo implantarlo dentro de su estructura y, lo que es más importante, si es una tendencia que ha venido para quedarse o si será algo pasajero que acabará pasando de moda.
Muchos expertos aluden al hecho de que los criterios ESG han dado un vuelco al modelo de negocio, principalmente el primero de los factores, el medioambiental, en tanto que es una demanda generalizada de los consumidores e inversores y, cada vez más, lo exigen los reguladores.
No obstante, nadie dijo que fuera fácil, al revés, en tanto que estamos ante un cambio cultural y una inédita transformación en la gestión que afecta a toda la organización y que debe extender por toda la estructura de la compañía. Adoptar los criterios ESG implica hacer las cosas de manera distinta, tiene que ver con la transformación del modelo de negocio.
De los tres factores, hasta ahora en el que se ha puesto más el foco por parte de los consumidores, las organizaciones y los inversores ha sido el primero de ellos, el medioambiental, relacionado con la búsqueda de sostenibilidad por parte de las empresas y de los compromisos con el cambio climático y de los objetivos de cero emisiones, además de la firma del acuerdo de París sobre cambio climático.
No obstante, ninguno de los otros dos factores debe dejarse atrás, en tanto que la pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad de prestar más atención a cuestiones sociales, tomar conciencia de la importancia de la seguridad laboral, el acceso a la sanidad, la conciliación, etc. o la crisis de talento a la que nos enfrentamos en muchos sectores, que está poniendo de manifiesto la necesidad de cambiar la relación entre empresas y trabajadores hacia un nuevo modelo. La guerra de Ucrania, por su parte, ha puesto el foco en las cuestiones relativas al gobierno corporativo, factor que resulta determinante para los inversores.
Sin duda, el hecho de que los reguladores locales e internacionales estén poniendo cada vez más su atención en la generación de obligaciones vinculadas a criterios ESG ayuda a que podamos decir que estamos ante una tendencia permanente, pero la transformación hacia criterios de sostenibilidad o ESG debe ser una convicción interna de cada organización, que surja en los departamentos más afectados por aquéllos y que termine permeando a toda la organización, antes de que sea una obligación formal o legal.
Las metas fijadas en el horizonte para los años 2030 y 2050 también suponen un reto para muchas empresas, que diseñan su hoja de ruta en materia de ESG con estas dos fechas en el horizonte, pero, quizás, estos objetivos tan a largo plazo implican un componente de voluntariedad y de algo de idealismo por parte de las organizaciones, ya que no olvidemos que en estos criterios tiene un gran impacto las circunstancias mundiales, y los acontecimientos que hemos vivido estos dos últimos años han puesto de manifiesto que la situación puede cambiar, mucho, y muy rápido.
Lo que no podemos obviar es que en los últimos años se ha producido una toma de conciencia que va más allá de las metas climáticas y la regulación. Hay un cambio cultural en el que clientes, consumidores, inversores y organizaciones están transformado sus valores, sus hábitos de consumo, su posicionamiento hacia cuestiones ligadas a criterios ESG que no tiene vuelta atrás y que no entiende de modas o cuestiones pasajeras.